Carolina Espinoza Cartes, editora de Meninas Cartoneras, moderó la mesa La conquista del cartón: revisando los 10 años de cartoneras en Casa América, llevada a cabo el pasado 11 de junio. Les dejamos una reflexión que ella hace sobre la charla y debate de ese día.
Diez años a paso de gigante. Diez
años de una experiencia parida en medio de una noche delirante en Buenos Aires
y que hoy se extiende en los cinco continentes. Diez años de editoriales
cartoneras, diez años de una expresión artística, literaria, social y ambiental
que busca su lugar en el mundo. Lo busca, todos los días.
Y no es fácil buscarle un sitio,
un nombre. Por eso nos gusta pensar en lo inclasificable de la experiencia cartonera.
En su multiplicidad de formas y expresiones, cuyo único común denominador en
algunos casos, es el cartón. El cartón como herramienta madre, como materia
prima, como sustrato para abonar un sinfín de experiencias. Como medio y
mensaje de protesta. Exquisitamente diverso, reivindicativamente diverso.
Esta celebración de la
bibliodiversidad cartonera aprovechando la onomástica de los diez años del
inicio de Eloísa Cartonera, es lo que nos motivó a participar en la mesa “La
conquista del cartón: diez años de editoriales cartoneras” en Casa América de
Madrid. Antes de volcarnos en
exposiciones, ediciones conmemorativas, homenajes, reportajes “a diez años de…”
creímos que ya era hora de reflexionar hacia dónde va el modelo cartonero – si
es que va hacia algún sitio- y conocer de cerca otras experiencias para
recrearnos en nuestra bibliodiversidad. No se trataba de medir con una misma
vara modelos que obedecen a contextos distintos: el componente social
reivindicativo de un libro a bajo coste de las cartoneras por ejemplo, del Cono
Sur, poco tiene que ver a simple
vista con la valoración de un trabajo artístico y multidisciplinar y hasta en
algunos casos transmedia, de una
cartonera europea donde todos los actores del proceso participan y son
retribuidos. O el trabajo bilingüe en lenguas indígenas de las cartoneras
andinas no se puede comparar con el bilingüismo de los textos que nacen en
lengua indígena y son traducidos a una lengua europea. O las que eligen
expresiones artísticas, o las que eligen publicar ilustraciones, o las que
editan textos de poetas carcelarios, o las que rescatan memorias olvidadas.
Todas son distintas, todas somos en alguna medida, marginales, todas –menos
mal- se engrandecen en su diferencia, pero a todas les gusta en algún momento,
guarecerse bajo el paraguas de las cartoneras. Un paraguas que cubre a todos.
La profesora de Literatura
Hispanoamericana en la Universidad
de Wisconsin-Madison, Ksenija Bilbija hizo hincapié en su intervención en las cuentas corrientes y en las cuentas no
saldadas de estos diez años de editoriales cartoneras, recordándonos que
quizá, el gran ausente en estos diez años o el actor que quizá menos
“interviene” en la obra cartonera es el autor – en este caso, el autor
conocido-, que actúa a modo de
inversionista sacrificando los derechos y
compartiendo cartel con autores desconocidos en pos de que sus escritos
lleguen a manos que en otras circunstancias nunca podrían haber llegado.
Bilbija también rescató el ambiente que tiñe el proceso de elaboración de un
libro cartonero, atribuyéndole cierta satisfacción que va más allá del placer
que puede surtir por ejemplo, el olor a los folios recién impresos y
empastados. En sus palabras: “es
como si el aura benjaminiana que la obra de arte perdió en la época de su
reproductibilidad técnica ahora estuviera reciclada en el libro cartonero”.
Iván Vergara, poeta y editor de Ultramarina
-editorial cartonera trasatlántica con sede en Sevilla- defendió la pluralidad
de los modelos cartoneros tanto como proyecto sostenible -donde todos los
involucrados obtienen retribución por el trabajo entregado a la cartonera- así
como modelo artístico, apostando por una edición cuidada a caballo entre lo
físico y su extensión libre de derechos y coste, disponible en Internet. Para
Iván, el valor del libro como obra, como objeto de arte, no está en juego, ni
reñida con la asequibilidad de un
libro cartonero. Son modelos diferentes y cada uno tan válido como todos.
La poeta Violeta Medina a punto
de ser editada por segunda vez junto a un poeta canadiense y una poeta italiana
en la serie “Nos habita”, con Meninas Cartoneras, comentó la experiencia del
autor, de estar presente en cada una de las fases de la edición del libro. En
especial contó su experiencia con las dos ediciones benéficas hecha en conjunto
con el hogar de niñas y mujeres de Calcuta, a través de la ONG Colores de
Calcuta, ediciones “intervenidas” con pequeñas obras –acuarelas y bordados-
hechas por las propias beneficiarias de la obra.
El escritor y crítico Constantino
Bértolo recordó los inicios de la edición independiente en España y sus deudas
pendientes con el mundo de los escritores noveles. Hoy por hoy, precisó: “Ser
independiente significa ser independiente de la lógica del mercado, ser una
editorial de tamaño medio pequeño, y tener una política editorial distinta a las de las multinacionales”.
Según Bértolo, las editoriales independientes españolas no lo están haciendo, a
diferencia de algunas independientes latinoamericanas. En todo este contexto,
las cartoneras para Bértolo “están llamadas a publicar cosas nuevas y de acabar
con el monopolio de la jerarquía de las editoriales tradicionales elitistas.
Sin embargo las cartoneras no siempre publican cosas nuevas aunque el acto de
construir un libro con tus manos, deja en claro en qué consiste la libertad”.
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